Un incentivo por dos países matizados por color y magia: Camboya y Vietnam
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Recepción por todo lo alto. La llegada a Vietnam fue una fiesta de magia y color con un grupo de mujeres vietnamitas vestidas con espectaculares trajes de seda que les recibieron con un ramo de flores y una copa de champagne. Los detalles marcaron la diferencia durante todo el viaje: todas las noches concluían con un regalo y un tarjetón que servían para el día siguiente y un cartel de buenas noches colgado en la puerta con el programa. A la llegada, se encontraron con unas etiquetas de maleta rojas, un regalo y un tarjetón. La etiqueta roja decía: “Me quedo en Hanoi”. El regalo era una bolsa de viaje para dos personas y el tarjetón explicaba lo que tenían que hacer, que era dejar las maletas hechas en las habitaciones y en la bolsa que se regalaba debían meter una muda para un par de días, un bañador, crema solar y gafas de sol.
Primer contacto con el destino. La primera visita fue a Hanoi, que no dejó indiferente a nadie: 110 ciclos personalizados con el logo de la compañía trasladaron a los trabajadores por toda la caótica ciudad a realizar un tour que ayudó a tener una impresión de lo que estaba por llegar.
Visita a pie por la ciudad. La siguiente jornada consistió en visitar diferentes lugares emblemáticos de la ciudad al mismo tiempo que se iban encontrando con sorpresas. La más significativa ocurrió en los interiores de la casa y jardines de Ho Chi Ming, donde se encontraban unos calígrafos escribiendo a mano los nombres de cada invitado en un sombrero cónico vietnamita que, además, tenía el logo del viaje serigrafiado en la cinta.
Sorpresas corporativas. La personalización acompañada de sorpresas representativas de la compañía creó un efecto de orgullo y recordó los valores de la compañía. Y se siguió sorprendiendo: en los jardines del Templo de la Literatura, unas azafatas vestidas con el típico traje vietnamita ofrecían un snack típico antes de continuar la visita hasta el lugar del almuerzo (con logo del cliente proyectado en la fachada de estrella Michelin). El interior de la sala tenía una imponente cortina de agua en la que también se reflejaba el logo del cliente. Muy corporativo, muy impactante.
Diseñar el traje de la cena de gala. La tarde libre se empleó para comprar productos típicos locales que tanto gustan en países como estos. Eso sí, había que hacer una parada obligatoria para dejarse medir ya que a cada uno de los trabajadores se le diseñó un traje de seda que, sin aún saberlo, sería el dress code de la cena de gala.
Inmersión en alta mar. Los participantes no sabían que se iban de crucero en un barco de lujo, o más bien dos, a recorrer una de las nuevas siete maravillas del mundo y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: La Bahía de Halong. Dos barcos exclusivos para el grupo navegaron unidos, donde se les ofreció una copa de bienvenida y un almuerzo.
Actividades asociadas a la cultura asiática. Pudieron disfrutar de todo tipo de actividades como cursos de cocina asiática, Tai chi (con el que comenzaron el día), masajes, baile, etc. A media tarde, tuvieron la primera parada en una cueva sorpresa que terminó en una paradisiaca playa en exclusiva para el grupo, lo que provocó muchas caras de sorpresa. Vuelta al barco, open bar y tiempo libre hasta la hora de la cena, donde estaba todo preparado para degustar una cena bajo las estrellas y post fiesta temática; un concurso de eurovisión y un divertido karaoke que se extendió hasta la madrugada.
Recargar pilas por la mañana. Qué mejor manera que empezar le día recargando energía y ‘buen rollo’ practicando un deporte ancestral de la región. Por la mañana se organizaron clases de tai chi para quienes quisiesen comenzar el día con energía. Luego, el desayuno transcurrió navegando entre esos inmensos islotes.
Actividades divertidas. A lo largo del día, visitaron Cat Ba y descubrieron que hay gran cantidad de vida flotante, pueblos enteros que viven de estas y en estas aguas. Por la tarde realizaron una regata por equipos. Remar en esas aguas, entre islas, barcos, grutas y cuevas fue impactante. Además pudieron contemplar un gran museo de geología al aire libre que lleva abierto trescientos millones de años. Pero lo mejor estaba por llegar, la cena…
Cena en una cueva. Una de esas cuevas escondidas cuya única iluminación fue la de la luz de 2.000 velas y la de una increíble luna, fue la sede de la cena que consistía en un menú internacional elaborado por uno de los mejores chefs del mundo. Al terminar, aquello se transformó en una fiesta hippie donde disfrutar de unas copas amenizadas por un DJ.
Rumbo a Camboya. Al día siguiente pusieron rumbo a Camboya y las maletas ya estaban en el hotel de destino. El recibimiento también resultó inolvidable, con una danza tradicional Chayam y una bebida típica del lugar, té con jengibre o lemongrass. Un tiempo para descansar y prepararse para la siguiente cena, de alta cocina tradicional camboyana. De la cena se trasladaron a un mercado nocturno muy peculiar para hacer compras.
De vuelta al programa cultural. Por la mañana todos llevaron el regalo de la noche anterior (una gorra y un kit de sol) para visitar los templos de Ankor Watt. Al salir del hotel, se encontraron con 55 tuk tuks personalizados con la marca. Los conductores los dejaron a los pies de los templos y pasearon por la maravillosa historia de Camboya. El almuerzo se hizo en un restaurante con espectáculo. Tarde libre y relax… para prepararse para la cena de gala.
Cena de gala, entre bailes y vestidos locales. En las habitaciones, sobre las camas, estaban los trajes de seda que se les había confeccionado. La cena se hizo en uno de los templos, con alfombra roja y mujeres Apsaras que amenizaron la cena con sus bailes. Después de la cena, un genial monologuista fue el telonero de una gran noche que continuó con todos en la pista de baile al ritmo de las canciones de un conocido grupo musical español.
Para rematar la aventura. El último día fueron a visitar a los monjes budistas y compartieron con ellos una bonita ceremonia. Les hicieron ofrendas y comieron en un lugar de alta cocina internacional. Luego visitaron el mercado Artisans D’Angkor, un centro de ayuda a los jóvenes a mantener las artesanías tradicionales en el que tuvieron tiempo para las compras.