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Woodstock 99: aprendizajes de un desastre para profesionales de eventos

Woodstock 99: aprendizajes de un desastre para profesionales de eventos

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Eric Mottard
La cultura, nueva mina de oro de experiencias   ¿Cuánto pesa nuestra industria?   Los organizadores se mantienen optimistas para el 2025 pero piden más flexibilidad
Acabo de ver Woodstock 99 en Netflix, el documental de tres episodios de 50 mins cada uno sobre lo que tenía que ser el eventazo de la década y acabó siendo un verdadero desastre, más memorable por su combinación de violencia, vandalismo y abusos sexuales que por su música, a pesar de un cartel impresionante. Puesto que no hay nada mejor que aprender de los errores (los suyos, pero mejor aún si son de otros…), saco aquí unos aprendizajes de este proyecto ambicioso que habrá acabado en los periódicos, pero por motivos equivocados. Por Eric Mottard

Un aviso, antes de empezar: un documental de este tipo no es una investigación neutra; es una argumentación concienzuda pensada para demostrar la irresponsabilidad total de los organizadores, un documental donde más o menos todo el mundo se defiende y acusa a 1-2 personas, y como tal es una pieza de periodismo de investigación bastante cuestionable. Sabemos que hoy el click y el binge son más importantes que la verdad o las opiniones matizadas. Pero, aun así, está muy claro que muchas cosas se han hecho mal y sin atacar a tal o cual, quiero sacar lecciones.

El contexto social importa (o “know your audience”). El primer Woodstock (69) fueron tres días de paz, amor y música. Queda como uno de los encuentros humanos más increíbles que haya habido en la historia, tres días con cientos de miles de personas llenas de ideas preciosas sobre la paz, el hecho de compartir, el amor y la no-violencia. En 99, quisieron recuperar esta idea “peace and love”, pero el contexto había cambiado, y mucho. Piensa en la música: si en 69 se escuchaba a Joan Baez y Jefferson Airplane cantando su amor por las flores, en 99 se escuchaba a Rage Against the Machine, Korn, Limp Bizkit cantando su odio por la sociedad y la necesidad de revolución violenta. En un caso el amor y la no-violencia, en el otro la rabia, tanto en las canciones como en el tipo de asistentes. Y si este es tu público, no puedes pretender que será todo amor y que no habrá violencia. Con Limp Bizkit animando a todos a “break stuff” (título de una canción suya), no puedes pensar que no hace falta seguridad (interesante ver que más que personal de seguridad pusieron “peace patrols” hechas de personas sin formación en gestión de seguridad, absolutamente no preparadas).

Tus artistas, quizás difíciles de controlar… pero son tu primer portavoz. Cuando la situación se tensa en un concierto con grupos de personas borrachas (o más) tirándose unos a los otros, formando verdaderas olas humanas que se mueven con una rapidez peligrosa (sobre todo, no caerse…), algunos artistas entienden su responsabilidad y bajan el ritmo, pero otros añaden gasolina a esta situación de peligro. Bush acepta esta responsabilidad y calma la multitud, pero otros (Limp Bizkit por ejemplo, especialmente irresponsable) alientan a volverse más locos y violentos aún. El gran premio para Red Hot Chili Peppers que acaba su concierto cuando la multitud histérica está prendiendo fuego por doquier, y empieza su ‘encore’ con una versión de “Fire” de Jimi Hendicks, una manera de animar a los rebeldes modernos a quemar más cosas aún. Un guiño que habrán pensado que era inteligente… La banda ni intentó calmar a la gente cuando los promotores se lo pidieron: “no nos van a escuchar”… y a tocar Fire. En fin, es complicado sacar un aprendizaje, estos artistas son poco controlables, pero cuesta pensar que un briefing muy serio sobre el peligro (había peligro de muerte) no habría ayudado.

Nada más difícil de controlar que una multitud. Sabemos que la gente se deja contagiar por la multitud, y que volvemos en estos contextos a ser tribus (no te pierdas esta entrevista para saber más sobre este tema). Lo volvemos a comprobar aquí, con varios tipos de ‘contagios’, sea de ponerse a romper cosas, a incendiar decorados, o (más inocente) a ponerse en bolas. Mucha gente en estos entornos hace cosas que no harían nunca en su vida normal. Pero los fenómenos de grupo más peligroso son los movimientos de gente. Las imágenes son edificantes sobre las olas humanas, verdaderas ondas que tienen su vida propia y que transportan a los festivaleros.

Controla tu festival. La idea era ganar dinero, y para ello es atractivo vender concesiones, derechos, exclusividades. Es lo que hicieron con la distribución de bebidas, ofreciendo exclusividades ¡sin siquiera acordar precios! Resultado: tener que pagar 4 dólares por una botella de agua cuando hace 40 grados enfadó a los festivaleros. Peor aún: cuando vieron que apenas quedaban suministros, los puntos de venta subieron precios hasta 12 dólares la botella. No puedes no tener ningún control sobre algo tan importante para tu festival, tan básico para el visitante, como la bebida. Pero como dicen en el documental, “ya no se podía hacer nada, está firmado”.

Viva la música… ¿pero los baños están limpios? Cualquier organizador sabe a qué punto la logística puede romper un evento. Probablemente por voluntad de ahorrar, se pusieron demasiados pocos baños portátiles y rápidamente quedaron desbordantes e inutilizables. Lo mismo pasó con la limpieza, sin apenas servicio de limpieza durante el festival: las imágenes son terribles, con basura cubriendo el suelo como si fuera una alfombra. Y, por mucho que te guste Korn, si no puedes ir al baño y tienes que caminar sobre latas tiradas al suelo, pues tu experiencia en el festival de la década se queda pobre.

Hay que ganar dinero, es cierto… pero si timas a la gente, se enfadan. Fruto del acuerdo de distribución de bebidas comentado previamente y de la falta de limpieza, mucha gente se enfadó. Un enfado que creció a lo largo del festival y acabó con el público tirando cosas a cualquier representación de la organización, intentando tirar la torre de control de sonido y prendiendo fuego a todo lo que encontraron. La salida del equipo del festival se asemeja a la huida de Saigon, un “rápido, tenemos que salir de aquí” terrible en un festival de “paz, amor y música”. Ganar dinero tiene que venir después de definir una experiencia agradable, no como punto de partida en función del cual se dimensionarán los baños.

Es complicado parar la fiesta… o incluso reconocer los problemas. La tensión creció a lo largo de los tres días, y los organizadores negaban en las ruedas de prensa cualquier problema. Cuando transcurre el evento, a menudo el organizador quiere seguir, completar el evento.  Parar el evento se asemeja a un ‘coitus interruptus’ que no gusta a nadie. Pero probablemente el ejercicio más sano que puede hacer un organizador es forzarse a plantear escenarios negativos y escuchar problemas, reconocerlos también, más que pintar un cuadro idílico cuando la situación es complicada. Antes de que sea demasiado tarde.

Todo lo que se hace bien… Este es un ejemplo de evento especialmente irresponsable, y especialmente fracasado. No olvidemos que se organizan en España unos 800 festivales al año, casi siempre con seguridad absoluta (el gran problema de seguridad de este año se está investigando; veremos si son causas excepcionales difíciles de prever o si algo se hizo mal). Pero si bien tenemos que comentar problemas como este de Woodstock, recordemos siempre la enorme profesionalidad de nuestros festivales.

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