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Los eventos, ¿mayor orgullo de nuestros políticos?

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Eric Mottard
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En el mensaje de fin de año de Emmanuel Macron, pasó algo interesante: en un momento político complejísimo, y muy cuestionado en el país, el presidente galo recordó algunos de sus grandes logros de este año, destacando tres que eran… ¡eventos! Esta anécdota no supone una reorientación absoluta del trabajo de los gobiernos hacia la organización de eventos… pero no deja de recordarnos el enorme impacto de los eventos, su aprovechamiento por los políticos, su papel en el reconocimiento de un país. ¡Qué bien!

Estos logros fueron destacados en un vídeo de introducción a este mensaje de fin de año. ¿Cuáles fueron?  

  • Francia acogió el 80 aniversario del desembarque en Normandía, una oportunidad para mucho protocolo, para invitar a los grandes mandatarios del mundo y posicionarse en valores de libertad.  
  • Organizó unos Juegos Olímpicos que han sido un franco éxito, saliendo de los estadios y viviéndose en la ciudad, consiguiendo incluso que los gruñones franceses saludaran este evento que se temía sería un estorbo de logística y un reto de seguridad.  
  • Finalmente, se renovó Notre Dame… pero mucho más que la renovación en sí, parece que es la reinauguración que se vivió como un momento de esplendor “à la française” con todo el bombo y platillo que gusta tanto en Francia (¡a veces te preguntas si este país famoso por su magnicidio no es monárquico en el fondo!).  

En fin… Más que hablar de política social, económica, cultural, educativa, de visión de futuro, de cosas que parecerían más relevantes para la gente y les afectaría directamente en sus vidas, destacó tres eventos, momentos de orgullo nacional, pero con pocas implicaciones en la capacidad de los ciudadanos de vivir bien. No estoy aquí para decir si Macron es bueno o malo, si ha tenido razón o no de destacar estas cosas: solo estoy para analizar nuestro mercado. Y lo que observo es que el evento es hoy un asunto de estado.

Tres dimensiones se pueden destacar

El evento se presenta como la calidad de un país. Destacando estos eventos, el presidente galo dice que “imposible no es francés”, como si el hecho de organizar un gran evento fuera un indicador clarísimo del talento de todo un país (más que la calidad de su sistema educativo o de su I&D). Obviamente hay algo artificial aquí, un evento no deja de ser algo más fácil que un trabajo de fondo en la competitividad de un país, pero sin problema el evento se presenta como un indicador, un testimonio, de la calidad de un país. 

El evento es visible, vienen grandes líderes y famosos, genera imágenes, la ciudad se convierte en un punto de atención mediática, y hablamos de imágenes de prestigio y glamour, no de una zona socialmente sensible o una manifestación. En fin, hablamos de imágenes que ponen en valor el destino. 

El evento es una plataforma. Vienen Zelenski y Trump, que hablan en París sobre el futuro de la seguridad ucraniana. Lo que vemos aquí es que, como en muchos eventos, el hecho de ser un meeting point, una plataforma de contactos, de debates (organizados o improvisados) es un valor enorme del evento. 

Todo esto no deja de ser buenísimo para nuestro sector; supone presupuestos, prestigio, reconocimiento de los eventos. Muchos países lo entienden, especialmente los países del Golfo que están en una carrera para captar eventos y sacar estos valores de imagen y de conexiones con líderes que vienen así al destino. Nos quejamos a menudo de no ser entendidos: no os preocupéis, que somos cada vez más relevantes… ¡hasta muy arriba en el Estado! 

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